Un cuento de Navidad


    -¡La tía está desnuda, la tía se tiene que vestir!- dijo mamá y cerró la puerta del baño. Escuché la voz de Sofía cada vez más fuerte mientras terminaba de secarme las piernas.
    -¡Quiero ir con la tía, quiero ir con la tía! ¡Dejame Lina!
    -¡Cuidado hijita! Va a entrar
    -Dejala, ma.
    Sofía se paró sobre la balanza y comenzó a cantar el estribillo que estuvo practicando con su abuela.
    -¡Qué bien, Sofi! Te sale excelente
    -¿Por qué te vestiste así, Paula?
    -A la tía le gusta el rojo. Vamos a comer.

*
    Con Franco lo intentamos el año que decidimos pasar las Fiestas juntos, fue aborto espontáneo y no llegamos a contárselo a nuestras familias. Nos separamos por razones que no recuerdo, pienso que una fue ésa. Él prefirió no hablar y seguir con su vida. Es difícil cuando perdiste una parte y algo en vos está de más. Hace unos meses lo vi en una foto con la sonrisa que le conozco y supe que era feliz, sentí esperanza.
*

    Son las dos y media, desayuné en Almagro con Fer y nos despedimos con un abrazo. Viajé en transporte público y en Flores los negocios estaban abiertos con lucecitas de colores, me tenté pero seguí de largo.
    Abro la puerta de calle y veo que viene corriendo desde la cocina con el abrazo preparado.
    -Hola, hermosa. La tía se lava las manos y te agarra ¿Sí? 
    -Hola, Paula ¿Dónde estabas?
    -Fui a ver a la tía Fer, te manda un besito.
    -¿A la tía Fer, viste?
   -Sí ¡Feliz domingo, familia! ¡Buen provecho! Me baño y saludo.

    -¿Cómo está Fer?- pregunta mi hermana. Mientras almorzamos le cuento a la abuela. Ella lo toma con mucha naturalidad, es posible que lo supiera desde hace un tiempo, me conoce más de lo que yo a ella. 
    -Bueno ¿Van a buscar las cosas?- dice mamá, antes de que empecemos a levantar la mesa.
    -Adiviná dónde están guardadas- le digo a Sofía, mientras señalo por la ventana.
    -¡Sí! ¡Vamos al taller de la tía!
    Mi hermana y Lucía nos acompañan con el sol de las cuatro de la tarde hasta el jardín y subimos de a poco las escaleras.
    -Agarrate de la baranda- insisto.
  -¡Wachiguauuu!- exclama con su vocecita de tres años recién cumplidos, apenas abro la puerta de chapa roja. Todavía hay perfume a naranja mandarina. Voy hasta el fondo, paso el scalextric y trepo la estantería. 
    -¿Te hago piecito, Pau?- pregunta Lucía.
    -No hace falta.
    -¡Cuidado mi amor! Ponete acá- le advierte mi hermana mientras maneja el timón de la prensa.
    -Dejala, ella sabe cómo funciona ¿No es cierto, Sofi?
    Me subo al banco alto de madera y encuentro a los Reyes Magos de papel que hice durante la infancia. Les doy una caja a cada una y bajan. Llego al living y me piden que haga los honores.
    Antes de comenzar, les cuento una historia de Navidad, Sofía sonríe entusiasmada y vamos juntas a la mesita de algarrobo donde mamá dispone religiosamente el pino verde. 
    La abuela abandona su clásico asiento al lado de la ventana que da al jardín y la ayudo a ubicarse en primera fila, quiere disfrutar del despliegue. Papá también se levanta y buscan con mamá los discos. No los encuentran, solamente un casete imposible de reproducir -¿Se acuerdan que este se los ponía en el auto cuando empezaba diciembre?- dice mamá. 
    Pasan unos minutos y empiezo a escuchar la canción de Cinema Paradiso. Ya no estoy en el living de esta ni de la otra casa. Mi cabeza se fue y no tiene hogar.
    -¡Los quiero, tía!- mientras mira fijamente al árbol
    -¿Qué, mi ciela? ¿Los ratoncitos?
    -Sí, tienen muchos colores, son divertidos
    -Son lindos ¿Viste? La tía te los da
    -No lo puedo sacar...
   -Es un broche, como los de la ropa. Así, mirá. ¿Sabés quién los hizo? La tía Vero. La tía Vero es la hermana de la tía Sandra y tenía rulos como vos.
    Sofía se va corriendo con los dos ratoncitos tejidos a la habitación. Continúo acomodando las ramas  percudidas del  pino. Lentamente, abro las cajitas y bolsitas que desprenden su propio gibré. Elijo mis preferidos y antes de colgar cualquier cosa, estiro las luces y pruebo que funcionen. Prenden, desenchufo y sigo. Encuentro la lechuza violeta -también tejida al crochet- y mientras decido su lugar en el arbolito, la miro y le cuento de estos años, le canto nuestra canción. La abuela no escucha porque lo hago en silencio, igual ella lo sabe, también por eso puso la silla en primera fila. Se me caen algunas lágrimas y adornos de la mano, relinchan en el piso y lo recojo todo. Me avergüenza mirar en otra dirección que no sea el árbol. Giro, cada rincón merece moño y brillo. Sostengo un angelito hecho de caña y se me escapa el último verso de Nochebuena de Alejandro Cesario. Me contengo, estoy de frente a ella, no puedo.
    -¡Tía! ¡Vení! ¡Pau! ¡Paula!
    -¡Ahí voy!
    -¡Vení! ¡Tía!
    -¡Ya voy!
    -¡Me encanta así colorido! Gracias, Paulita -dice Papá
    -¡Te quedó hermoso!- agrega la abuela
    -Ya vengo.
    Entro al cuarto, hace rato dejó de ser una habitación para dormir. Sobre la cama, mi hermana con su panza, mamá y Sofía. Me acerco, lloro y hacen de cuenta que nada pasa. Sofía extiende sus brazos desde el colchón -¡Vamos, Paula!- a los saltos me la llevo al living. Con decisión toma el último disco de la pila y lo apoya en mi mano.
    -¿Querés que lo ponga? Es música clásica, Sofi, música de ballet
    -Sí, ponelo, yo soy una bailarina
    -Claro que sos una bailarina. ¿Te traigo la pollera?
    -Sí, traeme la pollera.
    La abuela sonríe, se olvida que vino con bastón. Con Sofía giramos en puntitas de pie y movemos los brazos como pájaras. Ella llama a su propia abuela y entiendo la importancia de la ofrenda. Tomo del sillón la corona con la Estrella Federal y jugamos a ser ninfas. Vuela una especie de purpurina dorada. Seguimos girando, abandonamos la cerámica marrón. Se filtra el sol por las hendijas del postigo. Nos miramos con ese gesto que una sabe.
    Sofía se detiene y mira al árbol
    -¿Y la estrella, tía? 
    Sigo girando y la agarro en brazos.





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