La inmortalidad del cangrejo

Una canción para escuchar

(Hacé click ahí)



Escuchando el sonido de los pájaros en el Museo de Ciencias Naturales con Olivia, mi sobrina


Quiero escorpiones, cangrejos / lo deseo todo, escribí cuando estaba más cerca de los veintis que de los treinta. Es curioso cómo en respuesta a la vida, se nos da la poesía (Sabines). Retornan ciertos anhelos inmortales, olvidamos que existen mientras la felicidad nos lleva y caemos en ellos cuando la ausencia empieza a besarnos las manos huérfanas. Qué manera de gastar papel preguntando lo mismo, de diferente manera en un tiempo diferente. Por qué habríamos de refugiarnos en los sitios donde se amó, por qué habría de imaginar ojos almendra citando la canción dulce del rock nacional si no pertenezco ahí. Basta, no ha lugar para el descenso, me niego al paro cardíaco. 

En diez minutos me levantaré de este asiento de oficina y caminaré a casa. Disfrutaré la belleza de hojas amontonadas, desparramándose por la vereda al tocarlas. Cuando paso por el club de Lomas no siento que mi corazón esté detenido; ahí siguen sucediendo cosas, al pulso de este otoño amarillento, claro, sin prisa. 'Al amarillo hay que saber usarlo' decía Guillermo Cuello en las clases de pintura, 'tengan cuidado'. El amarillo es para pacientes, buscadores atrevidos que deciden pintar con él sabiendo que posiblemente su ritmo cardíaco aumente. Traten de oscurecerlo sin que se vuelva verde ni matiz del naranja. Cómo son las cosas que con palabras, me pongo a hablar de la dificultad del color. 

Hay un poema muy hermoso de Hilda Hist  -y también triste- que dice ¿Quién es? Le pregunté al deseo. / Respondió: lava. Después polvo. Después nada. ¿Será así? Si el deseo se desvanece una vez cumplido, qué sentido tiene desear si tampoco nos será suficiente. Quizá desear poco sea la clave, quizá San Francisco fue verdaderamente feliz y las tortas de cumpleaños contribuyen a plantar la piedra de la insatisfacción, aunque soplar una velita abrillantada -confiando que el universo proveerá- es un instante magnífico. Si el ritmo poético lo marca el deseo, la sensación del corazón roto es verdadera. Y si dos deseos se corresponden, de seguro uno asumirá el riesgo de sentirse consumado, incluso siendo amarillo.

La hora naranja pasó, ahora escribo el último párrafo mientras escucho la respiración de Olivia durmiendo a mi lado, una niña toda esperanza que en nueve horas se levantará pizpireta para que la lleve al Jardín en colectivo después de tomar la chocolatada.  Tengo la certeza, la única en este momento, que una hija amada no se desvanece.


Voz de gorrión


Suena la canción y te veo:

ojos hermosos, ojos almendra

pechos de miel, decías


toda la letra recorre una coraza

quiere salir

quiere ser 

quiere destruir la pena.


Me atrevo a llamarte hermoso

aunque sé que nunca más volveré a llamarte


es importante que lo sepas:

sos hermoso, con o sin mí;


como también es importante que yo sepa

que soy muchacha, con o sin vos.



*



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